domingo, 18 de diciembre de 2011

La guerra por Malvinas.


En las gélidas y oscuras aguas del mar del sur

En las gélidas y oscuras aguas del mar del sur.
En las gélidas y oscuras aguas del mar del sur.



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REALPOLITIK | 18 de diciembre de 2011
Por PABLO LUCAS PRIETO, especial para REALPOLITIK (*) -menipo16@hotmail.com

Año 2009, la guerra por Malvinas latía presente en los corazones argentinos.Fausto abrió una lata de Jurel y, mirando el horizonte por una ventanilla del barco, dijo: “Volveremos, volveremos, piratas de mierda”. El borde filoso de la tapa de la lata, le rebanó un dedo de la mano bizarra y callosa.

“¡Ay, la puta madre…!”, gritó Fausto, corriendo con su dedo lacerado hacia el botiquín. Su falange atiborrada con sangre pendía, como un malabarista, en los frágiles tendones, agarró un rollo de gasa y se envolvió la mano. Oyó un quejoso empellón en la panza del barco, creyó que eran centollas. Había bajado vertiginosamente la temperatura y el agua de mar se filtraba raudamente por la puerta y el ojo de buey de la cabina del barco. Poseidónestaba enojado, otro terrible golpe convirtió al casco de la nave en una ciclópea campana. Lobo, su compañero de pesca, se despertó del catre y corrió urgente hacia la cabina, jaló de una palanca hacia atrás y, el ancla… súbitamente penetró en el mar como una aguja en un lienzo.

“¿Qué fue eso?”, dijo Lobo.

“Una tormenta”, contestó Fausto.

“¿Tormenta?. No creo”, respondió Lobo, mirando la red.

“Debemos regresar”, aseguró Fausto.

“Sí”, le contestó Lobo.

Fausto encendió el motor para elevar el ancla, la cadena con los eslabones de metal oxidado se iban enroscando en un carretel de hierro, arrastrando en su inmersión, algas, cangrejos y cornalitos. El ancla se movía como un péndulo, el motor chirriaba y estallaban gotas de aceite hirviendo contra las paredes de la sala de máquina.

“¡Se quema el motor!”, afirmó Fausto.

El sonido de los hierros rotos lo había transportado a 1982, a la sala de máquinas del General Belgrano. Fausto era un gran maquinista, el mejor del país. Desfilaba una y otra vez por el pasillo de la sala de máquinas del crucero, escuchaba el golpeteo de los pistones que funcionaban a la perfección. El motor parecía la maquinaria de un relojito suizo y Fausto tenía la obligación moral de llevar, como el balsero Carón, a miles de almas en pena a la isla de la muerte.

Desconocía que el buque era perseguido por un submarino inglés. El primer torpedo estalló en el medio del Belgrano, se escuchó la voz del capitán que dijo: “Nos atacan, suban a estribor, abandonen el barco, salven sus vidas”.

Fausto estaba en la proa, una parte del motor se había desprendido por la explosión del torpedo y le había arrancado las piernas que todavía están pudriéndose en el fondo del mar, entre chapas retorcidas y… “¡Gracias a vos… Lobo, Lobito querido, mi compañero de pesca!. Hiciste un aparejo, con unas sogas, unas poleas y me llevaste a la cubierta. Se escuchó otro torpedo, veíamos a marineritos llorando, llamando a sus padres, con las tripas en sus manos o con el cuerpo caldeado por el azufre…”.

“Despertá Fausto, despertá, estás hablando solo loco de mierda. Te tomaste toda la botella de ginebra que compré la semana pasada”, le reprochabaLobo, izando el ancla, se asomaban las pegajosas ventosas de los tentáculos de un calamar gigante, como los cabellos de una mujer en un rulero...

Lobo tomó un arpón y lo clavó varias veces en el cuerpo del molusco. Fausto agarró una red y se la arrojó… con la ayuda de un motor a explosión, los pescadores lograron deslizar el calamar a la cubierta del barco. El ojo blanco y petrificado como una ostra se salpicaba con el agua de mar, sus trémulos y viscosos tentáculos se enredaban entre las piernas ortopédicas de Fausto, que lo medía azorado con una cinta métrica.

“Debe tener… como unos siete metros de largo y una cabeza de…”, decíaFausto.

“Mirá, mirá Fausto. ¿Qué es eso?”, gritó Lobo, señalando el pico del molusco.

“Eso rojo… es la lengua… parece un cono de plástico para detener el tránsito”, explicó Fausto, empuñando un cuchillo de combate mientras avanzaba temeroso por entre los lánguidos tentáculos, se arrodilló y hundió la hoja del puñal cerca del pico del molusco.

Una punta de algo se asomaba entre las fétidas vísceras del calamar. “¿Y… esto?”, preguntó Fausto, tirando del cono que se iba ensanchando cada vez más.

“¡Es una ojiva nuclear!”, dijo Lobo.

“Estos bichos tragan cualquier cosa”, le contestó Fausto, leyendo unas inscripciones que decían: “Royal Navy. Sheffield Ship. Made in England”.

Fausto miró hacia las islas Malvinas que se veían como un montículo de tierra verde y marrón. Gritándole al indomable viento: “Volveremos, piratas de mierda”. (www.REALPOLITIK.com.ar)



(*) PABLO LUCAS PRIETO es licenciado en Teatro de la UNC. El presente fue escrito en homenaje a NICOLÁS KASANSEW.

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